El 5 de
enero de 1964, tuvo lugar el encuentro y abrazo, en Jerusalén, entre el
papa Pablo VI y
el patriarca de Constantinopla Atenágoras
I. Un encuentro después de siglos de separación entre la
iglesia ortodoxa y la iglesia católica.
La última vez que un papa y un patriarca de Constantinopla
se habían encontrado fue durante el concilio de Florencia, en 1439. Eran el
papa Eugenio IV y
el patriarca de Constantinopla José
II. Este murió ese mismo año y está enterrado en la
iglesia de Santa Maria Novella de Florencia.
Desde entonces, y sobre todo después de hecho
que sucedió poco después del concilio de Florencia, la caída de Constantinopla
en manos de los otomanos en 1543, no hubo ningún otro contacto personal entre
el obispo de Roma y el patriarca de Constantinopla. El gesto, pues, de Pablo VI
y de Atenágoras representa un acontecimiento de una importancia capital. A la
pregunta de los periodistas de por qué había ido a Jerusalén, Atenágoras
respondió: "Para decir 'Buenos días' a mi querido hermano el Papa. Hace
quinientos años que no nos hablábamos"
Durante 1963 hubo algunos contactos entre
Roma y Constantinopla. En diciembre, Pablo VI anunció que pensaba peregrinar a
Tierra Santa (sería el primer viaje de un papa en el extranjero). El patriarca
Atenágoras, refiriéndose a esto, decía que sería un acto de la Providencia si los
cabezas de las Iglesias se podían encontrar en Jerusalén para orar juntos en
los Lugares Santos.
Efectivamente, el 5 de enero de 1964 el
patriarca Atenágoras visitaba el Papa Pablo VI en la sede de la delegación
pontificia en Jerusalén y se fundían en un abrazo de hermandad, y al día
siguiente, día de la Epifanía, Pablo VI visitaba Atenágoras a la sede del
patriarcado ortodoxo de Jerusalén. Un encuentro así, como recordó el Papa, ya
había estado en la mente del papa Juan
XXIII.
Como continuación y fruto de ese abrazo, Roma
y Constantinopla hacían simultáneamente, el 7 de diciembre de 1965, el gesto
simbólico de levantar las excomuniones que mutuamente se habían lanzado en 1054
… excomuniones que constituyeron el "Cisma entre Oriente y
Occidente".
Tras el encuentro en Jerusalén, ya es
habitual que el patriarca de Constantinopla u otros patriarcas ortodoxos
visiten el papa en Roma, o que el Papa visite personalmente alguna de estas
sedes patriarcales. Esto es posible gracias al gesto de Pablo VI y Atenágoras
en 1964.
Pero, a pesar de la importancia de estos
intercambios, no son lo mismo ni tienen la plenitud de significación del abrazo
en Jerusalén. Entonces se trató del encuentro de dos Iglesias hermanas en el
seno de la Iglesia madre, la única madre de todas las Iglesias, que es
Jerusalén, como se ruega en la antigua anáfora de Santiago. También el Papa
recordaba que Cristo elevado en la Cruz, en Jerusalén, atrae a todos hacia él (Jn
12,32).
Después de aquel acontecimiento, y teniendo
presente el espíritu de aquel encuentro y de aquel abrazo, las Iglesias
hermanas pueden visitarse las unas a las otras y establecer lazos que las
acerquen a la comunión plena. Para consolidar este camino ecuménico, en 2014
está previsto que el papa Francisco visite Tierra Santa durante el mes de mayo,
como han hecho los otros sucesores de Pablo VI.
El Papa Francisco se refirió a los sesenta años del
"gesto histórico de fraternidad realizado en Jerusalén"
“Siguiendo el ejemplo del abrazo fraterno del 5 de enero de
1964, en Jerusalén, entre Pablo VI y el Patriarca ecuménico Atenágoras – que
marcó un punto de inflexión en las relaciones entre católicos y ortodoxos tras
un milenio de excomuniones mutuas – oremos por la paz en el mundo”.
Hace sesenta años, en estos mismos días, (5 enero 2024) el Papa San
Pablo VI y el Patriarca Ecuménico Atenágoras se reunieron en Jerusalén,
rompiendo un muro de incomunicación que había mantenido separados a católicos y
ortodoxos durante siglos.
Aprendamos del abrazo de esos dos Grandes de la Iglesia en el camino
hacia la unidad de los cristianos, rezando juntos, caminando juntos, trabajando
juntos.
Pablo VI rezando, arrodillado, en el piso del Cenáculo de Jerusalén
Desde
Jerusalén, un camino ininterrumpido de unidad
Una reflexión del
cardenal Pierbattista Pizzaballa, Patriarca latino de Jerusalén, 60 años
después de la peregrinación de Pablo VI a Tierra Santa. El espíritu del encuentro
entre el Papa Montini y el Patriarca Atenágoras en 1964 fue renovado en 2014
por el Papa Francisco y el Patriarca Bartolomé I de Constantinopla:
La alegría que el acontecimiento de la
peregrinación del Papa Pablo VI aportó hace sesenta años a la vida de la ciudad
de Jerusalén, la carga de novedad que suscitó, siguen formando parte de la vida
actual de los cristianos de Tierra Santa. En efecto, como siempre, y como todo
lo que concierne a Jerusalén, la profunda significación de aquellos
acontecimientos y, en particular, el encuentro entre el Santo Padre y el
Patriarca Ecuménico Atenágoras, cambiaron el rostro de la Iglesia e indicaron
su camino hasta nuestros días.
El Obispo de Roma regresó a Jerusalén, de donde había partido hacía dos mil años. En la peregrinación que le llevó a los principales lugares santos, se encontró con las heridas que la historia ha dejado bien visibles en la geografía de los lugares y de las personas de entonces y de hoy. Pero también recogió el fuerte y poderoso abrazo de toda la población, que le acogió con increíble alegría y entusiasmo, y que mostró a sus pastores, de forma incuestionable, la voluntad de no quedar prisioneros de la difícil historia de esta tierra, sino de ir más allá. Vídeos de la época muestran a Pablo VI que, al entrar en la Ciudad Santa, casi fue aplastado por la multitud entusiasta y eufórica.
A veces, en efecto, bastan pequeños gestos
que, tal vez sin saberlo, eran esperados y buscados por muchos, para liberar el
deseo de encuentro y de paz que arde en el corazón de todo hombre,
especialmente aquí, en Tierra Santa, marcada por eternas tensiones, conflictos
y divisiones. La Jerusalén cristiana estaba parada, casi suspendida, entre
antiguas leyes, reglamentos que parecían paralizar, más que regular, la vida
común. La visita del Papa Montini tuvo el mérito de romper ese muro, que
entonces parecía muy sólido, de los diversos statu quo, a menudo
utilizados más mal que bien, para evitar llegar a un acuerdo. Esa simple visita
bastó para barrer siglos de polvo sobre nuestras relaciones.
El encuentro con el Patriarca Ecuménico de
Constantinopla fue sin duda el acontecimiento que marcó aquella peregrinación.
El regreso de Pedro, después de dos mil años, a Jerusalén, cuna de la Iglesia
una e indivisa, no podía dejar de mirar aquella herida, la más profunda de
todas, que marcó el camino de la Iglesia durante todo un milenio. Y, de hecho,
el regreso de Pedro a Jerusalén fue también el inicio de un nuevo camino, para
todos los cristianos, de acercamiento, de reinterpretación y redención de sus
respectivas historias, del deseo y la nostalgia de la unidad perdida. Al fin y
al cabo, volver a Jerusalén y partir de ella conlleva siempre y necesariamente
un cambio profundo. Jerusalén para un cristiano es el lugar que dio concreción
a la Redención, que cambió el significado del perdón, de la justicia, de la
verdad. No se puede venir a Jerusalén sin asumir estas realidades, que aquí,
repito, adquieren una concreción única.
Mucho ha cambiado el diálogo ecuménico desde
entonces. Hoy damos por sentadas las actitudes de respeto y amistad entre las
Iglesias. Se lo debemos a ellos, al Papa y al Patriarca Ecuménico, y a su
valentía, a su visión. Francisco, con su peregrinación de oración a Tierra
Santa en 2014, y con el renovado encuentro con el Patriarca Ecuménico
Bartolomé, ha mostrado concretamente lo lejos que ha llegado la Iglesia en esos
cincuenta años y después. En 1964, el encuentro se celebró en el Monte de los
Olivos, un lugar significativo, pero también periférico a la ciudad de Jerusalén.
En 2014, en cambio, se celebró en el corazón de la Jerusalén cristiana, el
Santo Sepulcro, que no sólo es el lugar que conmemora la muerte y resurrección
de Cristo, sino también el lugar que, con razón o sin ella, se considera el
símbolo de nuestras divisiones.
Por supuesto, los que vivimos en Jerusalén
sabemos bien lo largo que sigue siendo el camino y lo difícil que resulta a
veces estar y vivir juntos, pero el mero hecho de que este acontecimiento tan
importante pueda celebrarse en nuestro lugar más querido es una señal
inequívoca del camino que hemos recorrido hasta ahora. Hace sesenta años, aquel
abrazo derribó el muro de división entre las dos Iglesias, inaugurando una
nueva era para la vida de la Iglesia. El abrazo celebrado cincuenta años después
ha renovado una alegría y una unidad en el Espíritu que ninguno de nosotros
puede prever ahora, pero que ya está dando abundantes frutos para la vida de la
Iglesia hoy. Lo vemos en la restauración de la Basílica, que se hace
conjuntamente, algo que hoy se da por descontado pero impensable hace sólo unos
años. Los encuentros, las declaraciones, las iniciativas comunes entre las
Iglesias hoy se consideran asuntos ordinarios. Las iniciativas pastorales
conjuntas, en las escuelas, en las parroquias, son expresión de un deseo de
fraternidad que no es sólo de unos pocos, sino de toda la comunidad cristiana
local, en sus diversas confesiones. El Vademécum pastoral de la Iglesia
católica, que da indicaciones concretas sobre cómo celebrar los sacramentos para
las familias mixtas (que son casi todas), respetando la sensibilidad de todos,
es otro ejemplo.
También hoy, quizá más que ayer, necesitamos
hombres y mujeres valientes, capaces de visión, de saber ver más allá del dolor
presente, de liberar nuestros corazones oprimidos por demasiados miedos, y que,
como Pablo VI y Atenágoras, con sus palabras y sus gestos, sepan mostrar hoy a
los cristianos de Tierra Santa el difícil y fascinante camino de la paz.
+Pierbatista Pizzaballa
* Cardenal Patriarca de Jerusalén de los Latinos
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