El paso Khyber conocido como Khaiber, Khaybar o desfiladero
Khyber es un paso ubicado en la cordillera Spīn Ghār en
la frontera entre Afghanistan y Pakistan.
Con cerca de 53 km de largo, fue históricamente el punto de mayor acceso para las invasiones del subcontinente Indio desde el noroeste. Fue cruzado por los persas, los griegos, los mogoles y los afganos desde el norte, y por los británicos desde el sur. Los pashtun afridis del área del Jáiber resistieron por mucho tiempo al control extranjero, pero durante la Segunda guerra anglo-afgana en 1879, las tribus del Jáiber cayeron bajo dominio británico. Actualmente la zona es controlada casi enteramente por Pakistán.
La ruta principalmente es
utilizada para comunicar la ciudad de Kabul con
la ciudad de Peshawar. La zona es de
mayoría pastún, y el paso era
relativamente seguro antes de la guerra de
Afganistán del 2001, ya que era vigilada por
hombres de las tribus locales pagados por el gobierno, y ya que los crímenes
cometidos contra viajeros estaban sujetos a castigos colectivos. Después de la
guerra, los Talibanes se
apoderaron de la región, obligando al ejército
pakistaní a cerrar la vía de comunicación cada vez
con más frecuencia, en oportunidad de las reiteradas ofensivas
miliares, y mientras que la OTAN buscaba otros pasos alternativos, fundamentalmente
desde Rusia o desde el Asia central, para aprovisionar a las fuerzas de paz.
La habitual ruta de los
hippies para ir al Norte de la India es: Teheran, Herat, Kandahar, Kabul,
Peshawar y Lahore, camino de Delhi, en la India.
PAKISTAN
Ruta por carretera más corta desde Kabul a Lahore, pasando por el
Khyber Pass y llegando a la ciudad de Peshawar; la distancia es de 694 Km y la duración aproximada del viaje de 9h 15 min.
Te acostumbrarás
a las carreteras de montaña – Muchas
carreteras de montaña son de miedo, ya que son extremadamente estrechas y
bordean precipicios de más de 1,500 metros. Que no cunda el pánico. ¡Te vas a
acostumbrar!
Aprenderás a
ser paciente – En casi todos los viajes largos en
autobús que tomé, sufrimos alguna que otra avería. A menudo, estuvimos parados
durante más de horas. En una ocasión, fue porque el bus se quedó sin gasolina… ¿Te
lo puedes creer?
Los camiones
psicodélicos son una forma de vida – Los
camiones en Pakistán están decorados de una manera tan particular que son una
bendición para tus ojos.
Maneras de moverse por Pakistán
Buses y
minibuses circulan a todas artes – Como en
todo país subdesarrollado cuyos habitantes no se pueden permitir comprar un
coche, el transporte público llega hasta el lugar más remoto. En las provincias
de Sindh y Punjab, Daewoo es el autobús más lujoso. Para viajar de Gilgit a
Islamabad, deberías coger NATCO VIP Bus (17$).
Tren – En las provincias de Sindh, Punjab y para ir a Peshawar, se puede
viajar en tren. Hay diferentes compañías de trenes, pero siempre deberías
viajar en la compañía privada, ya que sufren menos retrasos. Reserva
billetes para AC Standard, que es la que usan los pakistaníes de clase media.
No es caro, no huele mal y es lo suficientemente cómodo.
Hacer
autoestop es demasiado fácil – Es tan
fácil y rápido que a menudo resulta mucho más práctico que viajar en transporte
público, especialmente en la Karakoram Highway (desde Gilgit a Khunjerab Pass). Todo el mundo querrá recogerte.
Te
vas a enfermar..
No
conozco a nadie que no se haya enfermado en su viaje a Pakistán. Evita las
ensaladas (las lavan con agua del grifo), los puestos de comida con infinitas
moscas y no bebas del grifo. Uno de los “trucos” que te pueden pasar es que te
enfermes bebiendo una bebida embotellada (ejemplo, una Coca Cola…) debido a que
alguien la pudo haber abierto, mezclado con agua del grifo y vuelto a cerrar
poniendo una pajita para beber en la chapa de la bebida (a mi me pasó en la
estación de Peshawar, esperando el tren a Lahorae) y la diarrea que me dio fue
espantosa…
Recuerda que en Pakistán necesitas amigos – Pakistán no es lugar fácil por el que viajar. Desde
reservar autobuses hasta conseguir permisos, los amigos son cruciales en un
país en donde las reglas no están escritas. El Karakoram Club es
un lugar genial para hacer amigos. En las grandes ciudades, especialmente en
Lahore, Islamabad y Karachi, Couchsurfing es
ampliamente usado. Ambos sitios me han ayudado inmensamente.
Testimonio de un periodista viajero en su bicicleta, por esta parte del
mundo:
“Estas
carreteras estaban llenas de gente mientras nos dirigíamos de Kabul a Pakistan,
enormes camiones subiendo con dificultad los vertiginosos pasos de montaña,
jóvenes al volante zigzagueando peligrosamente dentro y fuera de los carriles
atestados, minifurgonetas y taxis atestados con jóvenes familias a bordo,
tomándose su tiempo con cautela. Ninguno de ellos se precipitaba hacia la
frontera.
En comparación con antaño, este es un país que sigue teniendo un encanto caótico a pesar de la incertidumbre económica a la que se enfrenta. Atravesamos bazares escuchando a los vendedores que intentaban superarse unos a otros, vendiendo maíz recién asado, pescado frito, dulces, uvas, granadas y deliciosos panes “naan” largos y calientes recién salidos de los hornos.
Lo que
estaba ausente en medio del bullicio eran las mujeres. Los talibanes les han
advertido que se
queden en casa, y muchas parecen haberles hecho
caso. Solo en los lugares realmente rurales se veía a las mujeres, e incluso
entonces solo unas pocas y en grupos”.
…”Todo perfecto, y el amigo de Haquím, un tipo amable, me ofrece té y me desea buen viaje. En general, los musulmanes son gente que se toma muy en serio la palabra dada; no ha sido la primera vez que dejo mis 'posesiones' en manos de un desconocido musulmán. En un par de días llego a Islamabad, con un tráfico que me parece el mismo infierno. 'Pocos lugares del mundo debe haber así' voy pensando, sin saber lo que me espera en India. Todo son alegrías en la capital pakistaní, donde me reencuentro con Daisuke y Álvaro. Parecemos tres cotorras contando aventuras de los últimos meses.
Tras unos días en la ciudad más aburrida de Asia, nos vamos juntos hacia
Lahore, que de aburrida no tiene nada. Es un horror: una eterna nube de
polución difumina los edificios, y no puede caber más tráfico. Si matriculan un
'rickshaw' más, se bloquea la ciudad. Insoportable, ruidosa, peligrosa para
cruzar la calle, pero entretenida. Vamos a varias ceremonias, una danza sufí y
el show de la frontera con India. La primera tiene lugar cada jueves en una
extraña mezquita de las afueras. Bob Marley estaría como en su casa. La
mezquita está llena de insólitos pakistaníes con rastas, que fuman porros sin
cesar al ritmo de los tambores. Algunos de ellos hacen un canal con dos
orificios en considerables zanahorias, colocan ahí la marihuana, y se fuman el
invento entre movimientos de cabeza. Otros, los derviches, danzan en medio de
la mezquita con descoyuntantes giros de cuello. Apenas se mueven, sólo el
cuello, un incesante trance giratorio.
Y por fin dejamos Pakistán, el país que tira la piedra y esconde la mano; por
mucho que su gente sea a su manera hospitalaria, con su eterna retahíla, 'ya
ves, no somos terroristas, somos normales', fue un alivio cruzar la frontera.
INDIA
Al otro lado, descubro de nuevo a la mitad del
planeta que llevo más de un mes sin ver: las mujeres. Saris de colores,
pendientes y sonrisas. Otro alivio. Bienvenidos a la 'Incredible India'.
Hay mucha gente apasionada con la India, tal
vez porque aquí se vive como un rey con trescientos dólares al mes. He conocido
bastantes de ellos, a todos en un lugar turístico, por cierto. Ahora sé por qué
otros amigos ciclistas me aconsejaron poner la bici en un tren y cruzar India
lo más rápido posible.
Entramos por el Punjab, la única carretera posible entre Pakistán e India, pese a compartir una extensa
franja fronteriza.
- ¡Ah, españoles! 'No más té, por favor, una servessa' -dice en español, el
simpático oficial indio, jugando con el saludo hindi 'namasté'.
- Tranquilo trabajo el suyo, señor.
- ¡¿Tranquilo?! Ustedes son el número… ¡128! Hoy han cruzado 128 personas
-contesta indignado.
Son casi las cuatro de la tarde y han cruzado 128 personas por la única
frontera entre dos países superpoblados… dice mucho acerca del afecto que se
tienen. Y nos encaminamos a la ciudad inmediata, Amritsar, donde está el Templo
de Oro, el lugar más importante para la religión Sikh.
Amritsar:Templo
de Oro, el lugar más importante para la religión Sikh.
Haciendo honor a su nombre, el templo está recargado de oro por doquier. Algo
ostentoso, pero quién va a objetar nada con semejante muestra de generosidad
hacia el prójimo. Otra peculiaridad de la gente sikh es su eficacia en los
negocios, suelen ser muy solventes, y asumen que parte de su riqueza debe ser
donada a las ‘Gurduaras’ para su embellecimiento y para el cuidado de los
peregrinos. Tal vez, son más conocidos por su aspecto: ni se afeitan la barba
ni se cortan el pelo, que llevan dentro de un bonito turbante, como aquel
personaje de 'El paciente inglés'. Allí pasamos un par de días. Algo importante
que aprende cualquier nómada es a aceptar con humildad y agradecimiento la
ayuda de la gente, una saludable cura contra el orgullo de rico occidental que
piensa 'todo se ha de intercambiar mediante dinero'. Es bonito sentarse en el
suelo con los peregrinos y los pobres, comer con ellos, o pasear alrededor del
templo. Y la verdad, son gente divertida y amistosa. Tampoco tenemos muchas
ganas de salir fuera, pues los indios son insoportablemente ruidosos. Todos los
coches llevan detrás escrito 'Toca el claxon'... enloquecedor…
Donde hay poco tráfico y montañas es agradable, los indios son sonrientes y honestos. Donde hay tráfico… es insoportable. A cada minuto pido por un castigo divino que borre de la faz de la Tierra a este pueblo de asesinos al volante, y obviamente, debido a mi poca fe, no soy escuchado. No es que conduzcan mal o sin cuidado, no; son unos asesinos en potencia. Si alguien se asoma para adelantar, me ve y acelera pitando para que me tire a la arena o a donde pueda, yo no encuentro otro nombre. No es excepcional, sino constante.
Con los
sikhs paro siempre que puedo, no sólo porque me dan de comer y dormir gratis,
sino por la sonrisa y el cariño con que lo hacen. Disfrutan ayudando, y cuando
estoy a salvo de la carretera lo paso bien con ellos, con su digno porte de
caballeros de otro tiempo. Pero ciertamente, la India me desilusiona. Esperaba
algo más que un extenso menú de cursos de yoga para curar problemas occidentales.”
Ser turista consume mucha de mi energía, y dejo la romántica ciudad del lago Pichura para acudir a otro romántico asunto: mi enamorada me espera en Goa. Emprendo viaje directo al sur. Más de la India no turística, con sus maravillas y sus miserias, que sigue sin gustarme. País singular éste. No es tercer mundo, ni es rico. No es hospitalario, pero son amistosos y simpáticos. Es injusto, también caritativo. Y lleno de color, y de… ¡¡ruido!! aman el ruido. Lo que pita en mis oídos no es un gato al que torturan, ¡es una mujer cantando en una película de Bollywood!.
Nos quedamos en Arambol, una playa abierta al mundo donde se refugian los hippies de los sesenta que nunca encontraron el camino de vuelta a casa; donde se encuentran turistas, gente alternativa, rusos huyendo del invierno por una semana, vagabundos, buscadores de paz interior en el exterior, e incluso, ¡tres ciclistas! A la caída del sol, la playa es un zoo humano: gente que baila, gente tocando timbales, trompetas, guitarras, danzando con hula-hops, haciendo expresión corporal, meditando en la orilla, haciendo yoga, tai-chi, sectas en círculo con extraños rituales, personajes de aires misteriosos, hippies jóvenes, hippies de barbas blancas... un espectáculo. Mis simpatías se decantan por los entrañables seres de sonrisa cálida y ojos brillantes, ya arrugados, que contemplan las modas ir y venir con tolerancia y curiosidad, con su maravilloso lema 'vive y deja vivir' y su desapego al materialismo. 'Make love, not war', el mundo le debe bastante a los hippies.
Y yo, por primera vez en tres años, me debato entre finalizar el viaje y comenzar una familia. Si fuera sensato lo pondría todo en la balanza, ponderar es asunto de sabios. Pero vivir es asunto de locos, y elegir es un verbo alejado de la razón”.
(testimonio de un periodista viajero)
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