Petra es un importante enclave
arqueológico en Jordania y la capital del
antiguo reino nabateo. El nombre de Petra
proviene del griego πέτρα, que
significa piedra.
El asentamiento de Petra
se localiza en un valle angosto, al este
del valle de Arabá que se extiende
desde el mar Muerto hasta el Golfo de Aqaba. Los restos más célebres
de Petra son sin duda sus construcciones labradas en la misma roca del valle,
en particular, los edificios conocidos como el Khazneh (‘el Tesoro’) y el Deir
(‘el Monasterio’).
Petra, la enigmática ciudad funeraria de 10 kilómetros
cuadrados y más de 800 tumbas esculpidas en la roca (de ahí su nombre, que en
griego no significa otra cosa que piedra) levantada por los edomitas
en el siglo VIII aC.
Ellos fueron quienes la erigieron como un punto
comercial de primer orden en la
ruta de las caravanas entre Egipto, Arabia, Siria y el sur
del Mediterráneo, lo que provocó una época de esplendor jamás vista.
El lugar elegido para su emplazamiento fue un enclave angosto al este
del valle de Arabá de Jordania, el estado árabe
limítrofe con Arabia Saudí, Irak, Siria, e Israel de 90.000
kilómetros cuadrados (algo menos que Portugal). Suficientes para albergar
algunas de las joyas naturales y arquitectónicas más
impresionantes del planeta. Del desierto de Wadi Rum al Mar Muerto, pasando por Petra, la ciudad
que nos ocupa.
Resumen de la historia de Petra
Fundada a finales del
siglo viii aC. por
los edomitas, fue ocupada en el
siglo VI a. C. por los nabateos que la hicieron
prosperar gracias a su situación en la ruta de las caravanas que llevaban
el incienso, las especias y otros productos de
lujo entre Egipto, Siria, Arabia y el sur del Mediterráneo.
Hacia el
siglo VI dC., el cambio de las rutas comerciales y los
terremotos sufridos condujeron al abandono de la ciudad por sus habitantes.
Cayó en el olvido hasta que en 1812 el lugar fue redescubierto por el explorador suizo Jean Louis Burckhardt (1784-1817).
Numerosos edificios, cuyas
fachadas están directamente esculpidas en la roca, forman un conjunto
monumental único que, a partir del 6 de diciembre de 1985, está inscrito en
la Lista del Patrimonio Mundial de la Unesco. La zona que rodea el
lugar es también, desde 1993, parque
nacional arqueológico.
Desde el 7 de julio de
2007, Petra forma parte de las nuevas siete maravillas del mundo moderno.
Petra se encuentra a mitad
de camino entre el golfo de Aqaba y el mar Muerto a una altitud de 800
a 1.396 (metros sobre el nivel del mar) en un valle de la región
montañosa de Edom, al este del valle de Arabá. Hoy, Petra está
alrededor de 200 kms. al suroeste de la capital jordana Amán, aproximadamente a
3 horas en automóvil.
La situación de Petra, construida en gran parte en la misma roca, como si de una escultura se tratase, está por eso mismo embutida entre rocas abruptas y empinadas, entre los pasadizos o pequeños cañones excavados por la erosión del agua a través de miles de años.
Dispone de un suministro seguro de agua, lo que hace que sea un lugar propicio para el desarrollo de una próspera ciudad. El lugar es accesible solo por un estrecho sendero de montaña por el noroeste, o al este a través de un cañón de aproximadamente 1,5 kms de longitud y hasta 200 ms de altura, el Siq, el acceso principal, que en su lugar más estrecho mide apenas dos metros de ancho.
La presencia de agua y la
seguridad proporcionada por el emplazamiento de Petra hizo de ella una parada
natural en la intersección de varias rutas de caravanas que conectaban Egipto, Siria y Arabia con el sur del Mar Mediterráneo, cargadas sobre todo con productos de lujo (especias y seda de la India, de marfil de África, perlas del Mar Rojo e incienso del sur de Arabia).
La resina de árbol del incienso (Boswellia) era
codiciada en todo el mundo antiguo como una ofrenda religiosa especialmente
valiosa, y también como medicamento.
La actividad comercial
generada por las caravanas y las tasas percibidas producían importantes
beneficios para los nabateos. Como resultado, la ciudad albergó desde el
siglo V aC. un importante mercado hasta el siglo III.
Petra está situada en una
región con una fuerte sismicidad: se encuentra donde
la placa arábiga se separa de
la placa africana. La sismicidad del sitio
se ve reforzada por la proximidad del valle del Rift del Jordán. En los años 363, 419,
551 y 747, varios terremotos dañaron la ciudad y
sus monumentos.
La capa freática de agua salada existente debajo de
Petra ascendió y produjo el deterioro de la base de muchos monumentos.
Durante la ocupación
romana, los romanos construyeron una calle recta, bordeada de pórticos con columnas, en
dirección hacia el mercado de la ciudad; antes todas las calles seguían los
contornos del valle, la calle principal seguía el curso del Siq.
La mayoría de los edificios de Petra no se construyeron sobre una red de calles sino en las terrazas naturales a lo largo de las paredes del valle, o excavadas en la roca. Los asentamientos se emplazan cerca de las fuentes y se formaron como sencillos campamentos tribales.
En ez-Zantur, un área por encima de la
calzada romana, encontramos las huellas de una casa de piedra del siglo I;
en el mismo lugar hay una rica villa construida también en el siglo I.
En los lugares
considerados sagrados para los nabateos, colocaron piedras elevadas formando un
conjunto llamado «baétryles», literalmente casa de Dios. Servían
para indicar la presencia de un dios. La entrada al Siq fue coronada por un
gran arco, del que solo quedan las huellas a un lado del cañón, a causa de
los estragos de la erosión, de los Terremotos y de las inundaciónes. A lo largo de las
paredes hay pequeños nichos que contienen esculturas de dioses. Una muralla, de
la que quedan muy pocos restos, protegía Petra y su valle de ataques enemigos.
Cabe señalar que la
relativamente buena conservación de los monumentos se debe a que, por
tradición, los habitantes de las aldeas vecinas han "mantenido" la
ciudad hasta aproximadamente el siglo XIX.
Petra es el sitio más visitado de Jordania. Sin embargo, el sector turístico depende de la estabilidad económica y política de la zona: En 2003 con la guerra de Irak, hubo solo 160.658 visitantes en Petra, y Jordania vio mermada la temporada turística 2002 y 2003. En comparación, el sitio de Jerash, el segundo lugar del país en número de visitantes, recibió 214.550 visitantes en 2006, aproximadamente dos veces menos que en años anteriores.
Antes de entrar en
el Siq, un centro turístico que incluye hoteles de
lujo, se ha establecido a finales del siglo XX (la capacidad de la oferta
de 23 hoteles repartidos por el este de Petra, con 589 habitaciones).
El precio de la entrada, y
demás gastos, a este sitio es particularmente elevado para los habitantes de
los países en vías de desarrollo. Esto se debe a que la mayor parte de los
turistas de Petra son extranjeros, especialmente de Europa y de América del Norte.
La afluencia de moneda
extranjera es la causa de la migración de personas al sitio de Petra y el
pueblo de Gaia ha tenido un gran desarrollo demográfico.
Los beduinos y otros
indígenas ofrecen a los turistas paseos en burro, caballo o camello, pero esta práctica es
desalentada por las autoridades del parque y la Unesco debido a que el polvo
levantado por las pisadas de los animales se incrusta en las grietas y rincones
del Siq y de las ruinas, lo que produce daños.
Desde
1993, el sitio y los alrededores es un parque nacional arqueológicos.
Esto debería ayudar para controlar el flujo de turismo y para proteger mejor
los restos de Petra, muy importante para los jordanos y para el patrimonio
mundial. Sin embargo, no hay decisión de limitar el número de visitantes, lo
que parece esencial para garantizar la protección del sitio.
En 2004, el gobierno jordano estableció un contrato con una
empresa británica para construir
una autopista para llevar a Petra tanto a expertos como a turistas.
Cada año desde 2005 se organiza el Foro de Petra, que, por
iniciativa de las fundaciones del rey Abdalá II de Jordania y el premio nobel de la paz de 2005 Elie Wiesel, reúne a premios
Nobel de todas las disciplinas y otras personalidades del mundo para promover
la paz, particularmente en el Oriente Medio. En mayo de 2005, la ciudadela jordana de Petra se
hermanó con la de Machu Picchu, en el Perú. El 7 de julio de
2007, Petra fue designada una de las Siete Maravillas del Mundo Moderno, en concurso
privado.
+La fuente de Moisés
Otro lugar que ver en Wadi Musa, especialmente si estás interesado en el turismo religioso, es el Manantial de Moisés. De hecho, se trata del enclave que da el nombre a la localidad y es una fuente preciosa. Si visitas Wadi Musa, te recomendamos que aproveches para acercarte a esta fuente natural que se encuentra dentro de una roca de la que aún mana agua en el presente.
Entrada a las fuentes de Moisés en Wadi MusaActualmente el Manantial de Moisés está protegido por una construcción moderna
con tres cúpulas. Es un lugar único con pocos turistas, porque normalmente
quienes se acercan a verlo son judíos y cristianos. También podrás comprar
recuerdos durante esta visita, ya que dentro de esta pequeña construcción
también hay una tiendita.
La
tradición local afirma que el manantial de Wadi Musa (el valle de Moisés),
justo a las afueras de Petra, es el lugar en el que Moisés
golpeó una roca de la que salió abundante agua. Además, según apuntan
algunos estudios, podría haber sido la última escala de los tres reyes magos
camino a Belén.
Según la tradición árabe,
Petra es el lugar donde Moisés en el Éxodo del pueblo de Israel desde Egipto, hizo que brotase una
fuente de la piedra, al golpearla con su bastón. La aldea cerca de Wadi
Musa y algunos otros lugares, todavía recuerdan a Moisés. Myriam, la hermana de Moisés, tiene una tumba allí.
¡Jan se atrevió a tomar agua de la Roca !
Ain Musa la fuente de Moisés en Petra, Jordania, donde Moisés recibió
agua de la roca. Wadi Musa significa "Valle de Moisés” en árabe. La
tradición cuenta que el profeta Moisés pasó por el valle y golpeó la
roca para dar agua a sus seguidores en el sitio de Ain Musa (Fuente de
Moisés). Los construyeron canales que llevaban agua desde esta fuente a la
ciudad de Petra.
Traslado de las gentes de Petra a Wadi Musa
La nueva ciudad de Umm Sayhoun para residir los nabateos
Con el tiempo comenzarían los trabajos arqueológicos aunque, de momento, solo se ha destapado un 20% de lo que fue la urbe, en la que también había templos, fortalezas, altares de sacrificios, foros, anfiteatros e incluso casas-cueva.
Como en la que nació Ata Eata, un
beduino de 48 años, tez oscura y turbante rojo que vivió en estos
lares hasta 1989, cuando el Gobierno jordano trasladó a más de 300 familias que
residían en el yacimiento a Umm Sayhoun, un poblado a las afueras
de Wadi Musa, la ciudad moderna pegada a Petra.
Él mismo narra su historia señalando una de las cavidades rocosas en la que durmió de crío. "Mis abuelos, mis padres y mis 10 hermanos dormíamos aquí. Ésta era mi cama", dice mientras señala una de las tumbas esculpidas dentro de la roca. "Nunca fui tan feliz; volvería mañana mismo a vivir aquí", traduce el guía. Hoy, este escondrijo es su lugar de trabajo, en el que ofrece a los viajeros dulces árabes, pan típico, café y té, que calienta en un hornillo que trae cada día. Una mesa, varias banquetas y un par de alfombras multicolores completan el mobiliario de su bar portátil.
Adaptarse o morir. A veces, no hay otro remedio. Eso es lo que les ha
ocurrido a los beduinos de Petra. Pero ellos lo han sabido hacer bien.
Pertenecen al pueblo beduino que durante generaciones ha vivido al cobijo de
una de las maravillas del mundo.
En la década de los 80 aún había más de 1000 beduinos habitando en
las cuevas de la legendaria ciudad de Petra. Sin embargo, la globalización y el
ascenso imparable del turismo internacional marcó su vida para siempre. Fue en
el año 1984 cuando el gobierno jordano expulsó de la ciudad rosa a todas esas
familias para realojarlas en un asentamiento moderno llamado Umm
Sayhoun.
Han
dejado de cultivar la tierra y criar ganado para auto-abastecerse. Viven en una residencia fija y van a todos los lados
pegados a su teléfono móvil, especialmente los más
jóvenes. Es el precio que a tenido que pagar esta tribu para facilitar la
explotación turística de Petra. Cumplir el sueño de pisar la ciudad nabatea de
tantos occidentales, ha destruido su forma de vida tradicional.
Desde
entonces, su día a día nada tiene que ver con los de sus antepasados. Tienen
permiso para entrar en Petra cada día y ganarse la vida con el turismo. Ofrecen
paseos en caballo, camellos y pequeños burros. Al grito de ¡donkey!
te ofrecen salvar los ascensos más duros a lomos de estos pobres y sufridores
burros. Da bastante pena las condiciones en las que viven
estos animales.
Otros
venden baratijas en cualquier rincón o tienen pequeños puestos de artesanía.
También hay chiringuitos en los que ofrecen comida, bebida o disfrutar de una
shisha tradicional. Hay que adaptarse y ellos lo han sabido hacer mejor que
nadie, conocen a la perfección lo que el turista quiere.
En
cualquier caso, es de justicia hablar sobre la amabilidad y hospitalidad del pueblo
beduino. La ciudad rosa es el sueño viajero de millones de
personas, pero no todo consiste en ver piedras milenarias. Aprovecha para
conocer y hablar con sus antiguos habitantes.
Les
encanta conversar con los turistas asi que no será difícil que respondan a tus
preguntas. Jamás rechaces un té (da igual que no te apetezca) e intenta
conocer, aunque sea brevemente, la vida actual de este pueblo. Un
pueblo ahora sedentario, en una ciudad de cemento.
La
sorpresa viene cuando ves a pequeños niños Beduinos correteando con el pelo
rubio, taz pálida o llamativos ojos azules. Si están en Petra, son Beduinos.
Entonces ¿como es posible? Las mujeres lo entenderán enseguida.
Los
hombres Beduinos jóvenes (y no tan jovenes) llevan largas melenas muy cuidadas,
van vestidos con bonitos turbantes y lucen unos atractivos ojos negros que
resaltan con el tradicional khol. Son auténticos Jack Sparrows al estilo
jordano.
Ellos saben de su atractivo exótico y lo explotan al máximo.
Agasajan a las mujeres con todo tipo de piropos y miradas, te ayudarán a
ponerte un turbante para protegerte del sol, y te invitaran a ver el atardecer
y las estrellas desde su “cueva beduina”. Les gusta la conversación y este es
su ofrecimiento a lo que muchas mujeres no han sabido resistirse. Por ello, son
bastante habituales los matrimonios mixtos entre hombres beduinos y mujeres
occidentales.
Hay
historias de amor dignos de protagonistas de Hollywood. Hay
una española de origen canario que decidió casarse con un beduino, si queréis
saber su historia podéis encontrarla en una tienda de artesanía situada en uno
de los miradores cercano al Monasterio “the end of the World”
Por
supuesto, como en cualquier sociedad, siempre hay algún “garbanzo negro” y es
que existen unos pocos que utilizan su éxito entre las féminas
extranjeras en su beneficio.
En Petra
no hay casas, pero sí hay beduinos. Son nómadas árabes, por lo general
pastores, que se alimentan básicamente de leche de camello y carne de oveja.
Los que uno encuentra en los senderos de Petra ofrecen té y café, venden
bisutería o cerámica nabateas u ofrecen paseos en burro o en camello.
A eso de las siete, mientras desmontan sus puestos, los últimos visitantes enfilan en sentido opuesto al Siq —la gran grieta que lleva directamente al Tesoro—, o bien suben en dirección al poblado beduino por donde acceden los coches de servicio, los únicos que son permitidos en el área. Pero esos descendientes de los nabateos, que como todo pueblo árabe fueron también nómadas antes de dar con este valle,
habitaron las cuevas de Petra por milenios hasta que, en 1986,
pensando en el interés turístico, el gobierno jordano creó la aldea y convenció
a casi todos de ponerse bajo techo. Sin embargo, más allá de las siete de la
noche, algunos de los supuestos habitantes del pueblo permanecen en Petra para
dormir encaramados en sus rocas, bajo las estrellas, igual que lo hicieron siempre.
Como
Theroux, que encuentra pasajeros siguiendo su entusiasmo por los trenes, a
Petra uno puede llegar buscando piedras y lo que encuentra son beduinos. El
primero que topamos estaba rodeado de grandes rocas y sentado en una silla
sobre la arena. Tocaba las cuerdas de un ud al resplandor de un sinfín de velas
y bajo un telón de estrellas.
Dimos con
él 45 minutos después de dejar atrás las luces del último edificio y
sumergirnos solitarios en la negrura, descendiendo levemente sólo en pos de una
estela de veladoras y escuchando el eco de nuestros propios pasos a través del
Siq, una antigua falla tectónica que, al abrirse, dejó una grieta constante y
transitable de más de 100 metros de profundidad con el aspecto de un torrente
seco.
Al abrirse el Siq frente al Tesoro, el sonido proveniente del ud se expandía hasta rebotar contra la piedra, pero el beduino que tocaba seguía viéndose diminuto: encima de él y teñida la roca del naranja de las velas, teníamos en toda su inmensidad, ahora sí, la eterna postal de Petra. Petra es espectacular de noche, al amanecer y al atardecer, y la luz solar la viste de humores tan diferentes como los de la catedral de Ruan y los pinceles de Monet.
Así que, en
el grupo, hubo de conjurarse para comenzar con el primer sol y, a pesar del
sueño y las temperaturas bajas del amanecer, ser los primeros en entrar de día.
A esas horas, el enorme teatro romano, que aparece después del Tesoro, estaba
labrado en rosa pálido y aparecía frío como el beduino que, como si fuera un
sacrificio humano, había pasado la noche entre mantas, boca arriba, en lo alto
de una roca.
Primero
me crucé con Abdullah y su burro. Después de una simpática charla en un inglés
fluido, Abdullah me regaló una foto y dos recuerdos, dijo, de la época nabatea.
Uno, un pedazo de vasija recubierta de tierra. Y dos, una pequeña talla en
cuerno de gacela y del tamaño de un dedal. Cada uno prosiguió luego su camino,
yo feliz de haber mantenido una conversación que no involucraba dinero, como si
ese solo hecho bastara para validar un encuentro.
Cuando me
senté, yo no lo miraba al joven guia, y Amad se quedó callado. La vista
sobrecogía. A los pies quedaba todo el valle, el teatro, otros templos. Y las
personas eran allí, al fondo, puntos minúsculos que se movían lentamente. Desde
su lugar, Amad controlaba el puesto que tenía unos metros por debajo, sobre
unas escaleras, y en el que vendía monedas y otros recuerdos. Aquello era como
pescar. Si un turista se detenía, sin moverse, él le tiraba un precio.
A mí me tiró lo de la ganja —mariguana—, pero
dijo que sólo era una manera de romper el hielo, que ni tenía ni consumía
drogas. Su gesto era muy tranquilo. Creo que le bastaba con ver todos los
atardeceres y las estrellas desde allí. Amad me develó una vida sorprendente.
Tenía 27 años y la piel canela y lisa. Su perfil era recto, sus cejas dos
líneas y sus ojos claros. No lo pude evitar: pensé que se parecía a Prince.
También llevaba un pañuelo naranja muy ceñido a la cabeza que le caía sobre los
hombros.
Me explicó
de dónde era, porque tenía una “novia” de Madrid. Antes tuvo otra francesa y
otra mexicana. Y aunque hubiera contado más de las que fueran, la mitad de ésas
ya habrían sido muchas. No era difícil. Las turistas guapas tenían su capítulo
de Las mil y una noches, y además, con Prince. Prince, que había nacido en una de
esas cuevas, se había ido con su familia al pueblo y después se había hecho
adulto y regresado. Lo explicó con que la libertad lo es todo.
Era un
hombre de mundo. ¿Vendiendo aquello? Sí. No había ido a la escuela, pero
hablaba cinco idiomas, entre ellos ruso. “Es que vi turistas antes que a mi
madre”, se excusó Amad, y ya no me quedó duda. También había conocido más de 10
países.
Su
hermano vivía en Chicago, por supuesto que ha ido a visitarlo, y junto con
otros chicos de Petra tenían internet en una cueva. Cargaban una laptop en el
pueblo y luego lo traían con un módem usb. “Mi primo —me dijo después— en su
cueva hace CouchSurfing.” Había tenido incluso un camello, un caballo, un jeep.
Los ganaba y los perdía apostando.
Al irme,
al cabo de media hora, quise ayudar a su cosmopolitismo y le pedí que me
vendiera una de las monedas encontradas. Con su brazo trazó una línea
imaginaria en el puesto. “Estas de aquí son falsas, las de allá son de verdad.”
Estaba cansado, pero no tenía ninguna prisa por salir de Petra. Me había
propuesto seguir uno de los senderos que permiten ver el Tesoro desde arriba. Y
uno de ellos es el que rodea por detrás las Tumbas de los Reyes.
Es un
camino pintoresco, más cuidado y solitario que el del Monasterio, y discurre a
la sombra de la montaña por otra gran grieta. El sol comenzaba a saturar el
paisaje con el color del atardecer. Casi no quedaban turistas. Poco antes de
empezar a subir, una anciana desdentada y sonriente que estaba sentada en una
piedra me invitó un café. Hablaba en árabe, así que los dos guardamos silencio.
Un silencio absoluto con sorbos de café turco. A cambio le acepté una piedra,
le di un dinar y sonrió.
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