-En los años 1970’s la idea de la “Comunas Populares chinas”
era algo que interesaba conocer a los jóvenes occidentales… nos parecía una
nueva forma de vida, quizás como un eco oriental de las “comunas de los hippies”
de la época…Pensábamos, en las Universidades europeas, que estas Comunas
Populares chinas podrían ofrecer a los campesinos y trabajadores una
alternativa social a la sociedad burguesa (individualista, capitalista, injusta,
elitista…).
En nuestro
viaje a China insistimos al guía/agente del gobierno chino quien nos acompañaba
(dia y noche…) que no nos interesaban tanto los museos, monumentos, grandes
restaurantes…Ya que queríamos conocer la vida campesina, los progresos en la educación,
las escuelas rurales y las Comunas Populares…
La comuna popular fue el más alto
de los tres niveles administrativos en las zonas rurales de la República
Popular China durante el período de 1958 a 1983, cuando
fueron reemplazados por municipios. Mao Zedong y otros
funcionarios del Partido
Comunista de China lanzaron el Movimiento de la comuna popular
en 1958, junto con el Gran Salto
Adelante. Ambos contribuyeron a la Gran Hambruna
China Después de "Reformas y
apertura", el Partido Comunista admitió que la Comuna
del Pueblo fue un gran error.
Las comunas, las unidades colectivas más grandes,
se dividieron en "brigadas de producción" y "equipos de
producción”. Durante la Revolución
Cultural China, las comunas populares tenían funciones
gubernamentales, políticas y económicas. La comuna popular era conocida
comúnmente por las actividades colectivas internas, incluida la preparación
laboral y de comidas, que permitían a los trabajadores compartir los beneficios
locales.
En su forma más ambiciosa, se suponía que las
comunas debían hacer que casi todo el trabajo doméstico (cocinar, cuidar a los
niños, educación, lavar, etc.) fuera comunal. En las primeras etapas del Gran Salto
Adelante, las comunas suministraron algunos bienes y
servicios de forma gratuita, de modo que la comida en los comedores comunales
estaría disponible para quien la quisiera en lugar de asignarse en función de
los puntos de trabajo o las propias posesiones domésticas. Este sistema se
conocía como "suministro libre".
Las comunas, como una forma de vida comunitaria, tienen una
historia larga y compleja en China. Han sido elogiados como un medio para
lograr la igualdad social al compartir recursos y laboristas, pero también
criticados por su falta de libertad y autonomía individuales. La idea de las
comunas en China se remonta a la antigüedad, cuando las comunidades se
organizaron en torno al intercambio de recursos y mano de obra. Sin embargo,
fue durante la era maoísta que las comunas se convirtieron en una
característica central de la sociedad china. El gran avance, una campaña social
y económica lanzada por Mao Zedong en 1958, tuvo como objetivo transformar a
China en una sociedad socialista a través de la creación de comunas.
Para comprender mejor el legado de las comunas en China, es
importante considerar las diferentes perspectivas sobre su impacto. Aquí hay
algunas ideas clave a considerar:
1. Impacto en la producción agrícola: las comunas tenían la
intención de aumentar la productividad agrícola al agrupar los recursos y el
trabajo. Sin embargo, la realidad a menudo estaba lejos de ser ideal. El gran
avance, que vio la colectivización forzada de la agricultura, condujo a una
disminución masiva en la producción de alimentos y la hambruna generalizada. A
pesar de esto, las comunas continuaron siendo una característica de la sociedad
china hasta la década de 1980.
2. Igualdad social versus libertad individual: las comunas fueron
diseñadas para promover la igualdad social compartiendo recursos y trabajo. Sin
embargo, a menudo venían a expensas de la libertad y la autonomía individuales.
Por ejemplo, las comunas se organizaron en torno a las unidades de trabajo, y a
las personas se les asignó trabajos en función de sus habilidades y
habilidades. Esto significaba que los individuos tenían poca dicho en su
trabajo o arreglos de vivienda.
3. Las comunas como un medio de control: las comunas también fueron
vistas como un medio de control social por parte del Partido Comunista. Al
organizar la sociedad en torno a la vida comunitaria, la parte pudo monitorear
y regular de cerca el comportamiento de sus ciudadanos. Esto fue
particularmente evidente durante la revolución cultural, cuando las comunas se
usaron para hacer cumplir la conformidad ideológica y suprimir la disidencia.
4. Comunas hoy: si bien las comunas ya no son una característica
central de la sociedad china, su legado aún se puede ver en las zonas rurales
del país. Muchas aldeas se organizan en torno a la agricultura colectiva y la
vida comunitaria, y existe un sentido de responsabilidad compartida y comunidad
que persiste.
A partir de finales de 1970, las
comunas rurales se dividieron en explotaciones familiares, lo que provocó
un aumento de la productividad y una mayor libertad para los campesinos. Los
campesinos de repente tenían poder para decidir qué cultivar, cómo hacerlo y
cómo vender sus cosechas y otros productos. Muchos agricultores decidieron
abandonar la tierra para trabajar en fábricas en las ciudades que crecían
rápidamente a lo largo de la costa sureste, trayendo dinero a casa, así como
los nuevos conocimientos del mundo exterior. Muchos trajeron de vuelta
habilidades muy necesarias para levantar sus propios negocios. Esta
época de oro fue celebrada como el triunfo de la liberación económica de Deng
Xiaoping.
El legado de las comunas en China es complejo y multifacético. Si
bien tenían la intención de promover la igualdad social y aumentar la
productividad, a menudo llegaron a expensas de la libertad y la autonomía
individual. Hoy, el legado de las comunas todavía se puede ver en las zonas
rurales de China, donde la vida comunitaria y la responsabilidad compartida
continúan siendo valoradas.
¿Es la comuna popular la revolución? Los viajeros latinoamericanos en la
China Roja.
Desde 1949 militantes de las izquierdas latinoamericanas emprendieron el viaje hacia la experiencia China. En diversos relatos de viaje, las y los latinoamericanos anotan el surgimiento y funcionamiento de la reforma agraria y la comuna popular, tensando su visión asociada al progreso y la industrialización, algo muy común a mediados del siglo, con el surgimiento de una experiencia colectiva y comunitaria que reinventaba la tradición. El artículo sostiene, entonces, que es la comuna popular la que abre algunas grietas en un discurso osificado por la idea del progreso, permitiendo, de manera conflictiva, pensar otras formas de construcción del socialismo.
Autor: JAIME ORTEGA: Mexicano, Profesor investigador Universidad Autónoma Metropolitana- Unidad Xochimilco: CDMX , México,
https://orcid.org/0000-0002-8582-1216 jortega@correo.xoc.uam.mx
La
revolución China fue un suceso que conmovió al mundo colonial. No solo por que
modificó la vida de la nación más poblada del mundo, sino, sobre todo, por la
manera en que su irrupción permitió renovar las discusiones en torno a la
transición y construcción del socialismo, estancadas desde el cruento proceso
de institucionalización de la revolución bolchevique. Nos referimos aquí a la
revolución como un acto con efectos teóricos, es decir, como movilizador de
sentidos distintos a los dominantes entre la izquierda marcada por la estela de
su equivalente ruso. Este efecto en el campo de la reflexión teórica es
palpable en el último libro que publicó el filósofo italiano Doménico Losurdo,
una clara muestra de cómo la impronta de la revolución china movilizó
referentes y problemas distintos a los acumulados en el marxismo producido en
el centro del capitalismo europeo.
En este
texto, sin embargo, apuntalaremos una forma muy concreta en que esta
movilización teórica tomó rumbo: los testimonios de autores latinoamericanos
quienes viajaron a la China “roja” y se convirtieron en difusores fervorosos de
lo que sucedía al otro lado del mundo. Estos relatos, sin embargo, no se quedan
en un nivel de difusión, pues expresan un efecto teórico sugerente para la
tradición marxista: la puesta en cuestión de un relato teleológico de la
historia, en donde el socialismo debería actuar como catalizador de la
modernización en detrimento de tradiciones campesinas o comunitarias.
Tal como
sucedió con la revolución soviética previamente y después con la cubana, la
nación oriental fue motivo de entusiasta observación a raíz de los radicales
cambios que prometía llevar adelante. Los viajeros hacia la revolución eran una
especie rara y hasta cierto punto privilegiada dentro del ambiente cultural,
pues su situación como observadores de una realidad tan lejana y de difícil acceso
se encontraba determinada a partir de variables distintas: su labor como
periodistas, su lugar central en la militancia partidaria o bien ser
beneficiados de la formulación de programas que desde el Estado alentaban su
presencia.
La
literatura producida desde una geografía distinta puede redundar, como bien lo
ha estudiado Hernán Taboada, en un orientalismo periférico, es decir, en la
expresión de ideas sobre lo que debería ser lo oriental o en este caso lo
chino, deudoras de la impronta eurocéntrica. Este tema no está ausente de los
relatos de quienes viajaron hacia la China revolucionaria. Sin embargo, como
observadores de un proceso de transformación, se excede la centralidad
orientalista de otros momentos (particularmente el siglo XIX), pues quienes transitaban
por aquella región eran conscientes de que el acontecimiento que relataban
hacía parte de una trama que cuestionaba al eurocentrismo. Esto no equivale a
una neutralización total de ideas asociadas al progreso, tan comunes para el
movimiento socialista durante el siglo XX, conjunto de proposiciones que
siguieron operando a partir de motivos como la industrialización o la
tecnificación de la vida como sinónimo de avance y desarrollo.
Así, el
Oriente ya no era sólo la asociación al atraso, la miseria, el exotismo o el
despotismo. Era también motivo de apertura hacia otras formas de configurar la
historia del mundo, su ritmo y las posibilidades de tránsito por senderos
distintos al capitalista. Si las fuerzas adheridas al capitalismo y a ciertos
resabios del “feudalismo” había sido derrotadas en esa nación asediada
históricamente por dos poderosos imperialismos (el inglés y el japonés) a
partir de una larga trayectoria de lucha y resistencia, entonces era de
esperarse un cierto tipo de aprendizaje para sociedades como las
latinoamericanas, a medio camino entre la soberanía política y la permanente
desventaja económica del subdesarrollo. Aún más, el ejemplo chino permitía
mostrar sendas por donde los pueblos coloniales podían transitar o al menos aprender
de una cierta experiencia de la revolución en el mundo campesino.
En particular, nos detendremos los acontecimientos de 1958 en adelante
con respecto a la comuna popular. Este tema, sin duda, ha sido uno de los más
fascinantes en el estudio de la revolución en China y sus implicaciones. Desde
nuestro punto de vista y lo trataremos de mostrar con certeza, los viajeros
latinoamericanos encontraron que la comuna popular era el gran momento de
síntesis de un proceso que conjugaba la rebelión de un pueblo colonial
(tradicionalmente anclado en el mundo agrario) con la perspectiva modernizante
del socialismo (particularmente el tema de la tecnificación e
industrialización).
Viajes y viajantes a China
Los viajes
hacia la revolución china -como antes a la soviética- tienen como finalidad
trasmitir un testimonio con crédito sobre las situaciones de cambio social,
pero, además, contiene un elemento que no se ha explorado: ya no se trata de
una dirección que parte de Europa hacia sus “otros”, sino que son los “otros”
de Europa los que se conocen entre sí, sin la mediación de los intelectuales de
aquella región. El siglo XX y las revoluciones otorgan este elemento novedoso
en el ya largo trayecto de la historia de los viajes.
Siguiendo con esta idea, debemos considerar entonces otra variante metodológica y es la que refiere a que quienes escriben estos relatos hacen parte de una militancia política -ya sea adherida a un partido o a una idea- y a partir de ella construyen y reconstruyen el horizonte simbólico. La estudiosa argentina a la que hemos hecho referencia antes ha brindado ya algunos elementos para apuntalar las distintas dimensiones que se encuentran movilizadas. La primera de ellas refiere a que existe un grupo -trasnacional- que comparte un horizonte simbólico a partir de experiencias y representaciones, en este caso se ubica en el tablero de la izquierda, qué a pesar de sus diferencias, comprende cabalmente el significado de la revolución como hecho político y económico, aunque en su interior haya distintas perspectivas, es decir, divergencias.
La segunda refiere al hecho de que los viajes ocurran en solitario o bien en grupo, pues ello delimita en gran medida las posibilidades de acceso a espacios, pues no eran las mismas oportunidades las que se daban para el viajero individual que para el que era promovido desde alguna instancia institucional, existiendo también diferencias entre estas últimas. La tercera característica, a tomar en cuenta, según la autora, es aquella que remite a la posición subjetiva de quien relata, en tanto que trasmite de ante mano una simpatía inicial o se asume como convencido a partir del viaje: en la mayoría de los casos veremos que se trata de un a priori, todos los viajeros que analizaremos son de alguna manera simpatizantes, lo cual dirige su mirada a tópicos similares.
El cuarto elemento refiere al problema del lenguaje y a la
pregunta si los viajeros tenían nociones del idioma o necesitaban de una
mediación, la mayor de las veces institucional, para poder escuchar a las clases
subalternas. Finalmente, la autora señala que los viajeros fueron muchos más de
los que tenemos noticia, pero que situaciones de clandestinidad impedían un
reconocimiento pleno de ello, pero, además, que hay que reconocer que entre las
militancias -particularmente las dirigencias de organizaciones- escasean los
relatos públicos de viajes, tema sin duda a ser repensado desde un mirador
latinoamericano y preguntarse ¿Qué militantes viajaban y cuáles escribían?.
La mayoría de ellos gestiona sus viajes a partir de organismos culturales, sindicales o políticos. Ninguno de ellos habla variantes de chino ni tiene conocimiento del idioma, por tanto, requieren traductor. Finalmente, es preciso señalar la diversidad de formas de presentación. Como se señaló antes, la “literatura de viaje” avanza por senderos distintos y este es un buen ejemplo de la diversidad. Casi todos privilegian la forma de la crónica, siendo las únicas excepciones el ecuatoriano Aguirre y el peruano Falcón, quienes dan apertura a la forma ensayística. El primero es el único que recurre a datos estadísticos y citas de autoridad de estudiosos en la medida en que combina sus impresione de viaje con la intervención pública de una conferencia, en tanto que el segundo se vale de revistas variadas para sostener conclusiones generales.
El resto privilegia la
crónica en primera persona, aunque con algunas variantes. Por ejemplo, el
uruguayo remite a conversaciones con la población campesina como forma de
asegurar la conclusión de los ejemplos o reflexiones. Kordon, por su parte,
aventura una suerte de collage, pues en medio de su crónica pega citas enteras
de periódicos que dan cuenta de noticias curiosas, como el ejemplo de: “Como un
hombre armado con el pensamiento Mao-Tse-Tung combate el cáncer”.
LA COMUNA POPULAR CHINA
Jacques Charriére y Hèléne Marchisio escriben de manera directa sobre la comuna popular. El reconocido economista francés presenta “Planificación y gestión de las unidades producción” en donde analiza tanto la empresa industrial como la comuna popular. La segunda presenta “Los sistemas de remuneración de las comunas populares”. El primero resulta el más accesible pues define las características generales de la experiencia: “La comuna no es ni un falansterio en el que todas las cosas sean comunas, ni una construcción abstracta cuyo fracaso total habría hecho necesaria su superación”.
Así mismo aborda la
especificidad de la empresa industrial dentro de la comuna: los sectores que
abarca, la autonomía con la que cuenta, el mecanismo de establecimiento de
precios, la remuneración del trabajo y los créditos. De igual forma distingue
el papel de las cooperativas dentro de la comuna popular, cuidándose de
deslindar sus lugares específicos de despliegue. Concluye diciendo que “La
comuna popular constituye una excelente estructura para auspiciar la
modernización de la vida rural, modernización que transformará los hábitos
tradicionales mucho más de los que han cambiado hasta ahora”.
Todo esto
ayuda a comprender la importancia de la comuna, su lugar en las
discusiones a propósito de China y la centralidad que tuvo. Cierto que no hay
unanimidad. Por ejemplo, un escritor tan atravesado por contradicciones de
época como lo fue Isaac Deutscher expresa bien las dificultades. La revolución
en el gigante asiático le permite entender la centralidad del mundo campesino y
reconocer la potencia de su acción: “Los campesinos eran la única fuerza que
luchaba para subvertir el antiguo orden; y el partido de Mao concentró y armó
todas sus energías rebeldes”, sin embargo, priva en él una idea típicamente
“proletaria”, producto de su herencia teórica trotskista (corriente más
asociada a la modernización). Así, la comuna apenas y le merece un párrafo, en
donde la contrasta con la experiencia soviética: “Incluso las comunas rurales
no parecen haber antagonizado a los campesinos tan desastrosamente como lo hizo
la colectivización de Stalin”. Su análisis del maoísmo en tanto una corriente
dentro del comunismo es original, sin embargo, dentro del mirador privilegia
nociones como “estado obrero”, “burocracia” u otras, que le hacen desestimar
justamente lo que apuntala como la gran fuente creativa del “maoísmo” en
detrimento de uno de los aspectos que los latinoamericanos consideraron como
central: la comuna como momento de síntesis.
La comuna
popular es la respuesta que el pueblo chino crea ante la insuficiencia de
desarrollo de las fuerzas productivas:
Las comunas
populares surgen fundamentalmente al impulso de necesidades económicas. Las
inmensas obras que tiene que realizar China -represas y canales de riego,
centrales eléctricas, mecanización de la agricultura, mejoras técnicas,
caminos, obras públicas- hace difícil el que organismos limitados como las
cooperativas pudieras llevarlas a cabo, volviéndose necesario el concurso de
agrupaciones cada vez más extensas que permitieran abordar la realización de
obras de tan largo alcance.
La
reinvención de la tradición sólo puede darse en lo moderno: “la primavera hay
que crearla”, dice emulando el tono poético de Mao Tse-Tung, para denotar como
no se puede ser pasivo ante la naturaleza. Lo moderno no basta, pues la
tradición permite también la innovación: “Los métodos tradicionales, antes
usados individualmente y, en muchos casos, sin fervor alguno, al pasar a ser
utilizados colectivamente y ardorosamente por la gran población china, serían
-y lo son tan eficaces como los instrumentos y las técnicas más modernos” (1959:
131).
Estos
procesos, tan importantes para Falcón, habitan en la totalidad de la nación y
no exclusivamente en la comuna popular. Por ello, es significativo que a
diferencia de otros no coloque ese espacio como el lugar de los acontecimientos
de síntesis entre la tradición y la modernidad; como lo es también que dedique
su último capítulo a hablar de la comuna popular en cuanto tal.
A la comuna popular la define así: “Significan el gran paso de la revolución simultánea en toda China; la elevación de miles de personas a la dirección intermedia de la política, la ideología y la economía del sistema socialista, dependiendo e influyendo en la dirección central de todo el país”. Y continúa: “Las masas crearon las Comunas […] No tienen parentesco con la añeja comunidad española […] Tampoco se parece a la Comuna de París ni a la comuna búlgara. Es diferente de los soviets locales de obreros y campesinos formados por la revolución soviética rusa.
La Comuna Popular es, pues, sin duda, sugestión auténtica del
pueblo chino.”. En el esfuerzo de cerrar su argumento, Falcón acepta que es en
la comuna popular en donde se da la “utilización de los modos de producción
nativos”, si bien no lo aclara bien. Lo importante, sin embargo, vuelve a ser
el proceso de avance y progreso: “En China, las llamaradas emergen de los
hornos de fabricación popular fundiendo acero, hierro y cobre para abastecer la
incesante demanda local y nacional. Más acero y más hierro exige la edificación
socialista para nutrir la creciente industrialización”. Incluso el lugar de la
comuna dentro del campo, toma relevancia en función de este aspecto: “En muchas
Comunas ya están mecanizando y electrificando la producción agrícola”. De ahí
la conclusión política “A este ritmo, los cambios sucesivos conducen con
rapidez, a veces excesiva, hasta las formas iniciales del régimen comunista”.
Falcón es un entusiasta de la revolución china. No sólo admite que en poco tiempo ha logrado superar procesos similares en la India o América -erradicando el analfabetismo, por ejemplo-, sino que además apuntala lo que es en gran medida el corazón del discurso socialista y comunista de mediados del siglo XX: la superioridad técnica y productiva del socialismo sobre el capitalismo. Para ello, nos entrega una reflexión de conjunto sobre las grandes transformaciones que han operado a partir de la revolución.
La comuna popular merece la pena porque
se inscribe en el proceso de desarrollo de las fuerzas productivas, estas, dice
nacen de la acción: “De las masas han recibido, puede decirse, las Comunas
Populares. Apoyándose en ellas se les desarrollo y yendo a las masas, se les
dirige”. En el relato, el proceso estaba echado andar a partir de las
revoluciones cultural, ideológica, técnica e industrial; la comuna popular es
un regalo de las masas, una especie de viaje al futuro, en donde ellas mismas
ensayan el comunismo en acto. La tensión vuelve a aparecer: el Estado y el
Partido dirigen la industrialización y la tecnificación, pero es sólo con el
concurso de las masas que es posible ensayar el futuro comunista. El tono
celebratorio de Falcón por momentos oculta esta contradicción, que se encuentra
operando, como en otros autores, a partir de la emergencia de la comuna.
Margarita
Paz Paredes es la única mujer que revisamos en este periodo. Como podrá
suponerse, la cantidad de mujeres viajeras hacia el “mundo rojo” del socialismo
es menor a sus pares masculinos. La presencia de una mujer importante en el
entramado cultural mexicano nos alerta sobre un relato que rompe con cierta
homogeneidad con respecto al resto de los equivalentes, aunque ronda temas que
la equiparan en su narración de un cierto horizonte de época.
De su Viaje
a la China popular: crónica destacamos tres motivos principales. Dos de ellos
animan a decir que se trata de un relato con ciertas diferencias a los otros
que hemos analizado aquí, en tanto que el otro es una constante. El primero es
la centralidad de la mujer: se trata de una aproximación que se centra en
ellas, las mujeres chinas y su papel específico en la revolución. El segundo es
el arte, al ser ella misma una poeta, destaca en numerosas ocasiones el proceso
del trabajo artístico, no sólo como una presencia entre la población, sino los
propios dilemas que este enfrenta. Finalmente, ubicada en el horizonte de la
construcción del socialismo, el problema y centralidad del trabajo.
Vale la
pena detenerse en segmentos específicos, para mostrar la presencia de estos
tópicos y su relación con la comuna: “Así sean campesinas, obreras,
profesionales o artistas, todas revelan la responsabilidad de su trabajo y la
más clara conciencia de su nuevo destino. Estas mujeres participan en todos los
órdenes de la actividad social”Ya desde el inicio Paz Paredes deja ver el sujeto de su discurso, las mujeres,
pero no en abstracto, sino ubicadas en el proceso revolucionario. Destaca, como
dijimos antes, que aparece la artista como motivo de reflexión. Siguiendo en la
línea de la centralidad, profundiza: “Tienen razón los chinos cuando dicen que
las mujeres representan la otra mitad del cielo. Y este medio cielo es como el
jardín que ha creado con sus manos y su espíritu en cada hogar de su patria”. (1966:
20). La referencia al jardín y a las manos se enlaza con su concepción del arte
y de la producción artística: “Aquí nadie piensa en un arte para la
aristocracia ni en un arte para el plebeyo. Aquí no se hace arte para una clase
[…] En China el artista, no es, como en los países capitalistas, o en los
países primitivos, un señor aislado en su torre hermética, dueño de un secreto,
sino un hombre humano, sencillo, que pone su capacidad creadora al servicio de
la sociedad.
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